Ana Teresa López de Llergo
Fuente: Yoibfluyo
El anhelo del Estado de Derecho
El entramado de la dimensión individual y social del ser humano tienen un aquí y ahora en el lapso de vida de cada uno. A su vez, esa temporalidad está vinculada con la impronta de los antecesores y, lógicamente forja e influye en la de quienes nos sucederán.
Sin embargo, los anhelos de buen logro de la propia vida, de buenas y justas relaciones con los demás, del óptimo aprovechamiento de los recursos, y una larga lista no fácil de plasmar en estas líneas, siempre son profundamente ambiciosos, muestran un enorme deseo de plenitud no alcanzado ni en los mejores momentos de la historia de la humanidad.
Ante la evidencia del desequilibrio entre anhelos y logros, podemos tomar variadas posturas. La del escepticismo hace a algunos poco participativos e indiferentes ante los problemas públicos. Los extremistas imponen sus puntos de vista sin escuchar a los demás. Los partidistas solamente trabajan para su grupo y excluyen a los que ofrecen otras soluciones. De este modo hay poca colaboración y coordinación para afrontar los asuntos comunes.
La respuesta de fondo que nos ofrece el cristianismo, da luz para entender la desproporción entre nuestras metas y nuestras posibilidades, y está en la dimensión espiritual de la vida humana. Esta vida se inicia en la tierra pero continuará en el "más allá", en la perfección del cielo. Aquí en la tierra hemos de realizar nuestro mejor esfuerzo, pero el ideal solamente lo alcanzaremos en el cielo.
El mejor esfuerzo de cada uno, aunque no logre la perfección, sí garantiza alcanzarla en el cielo. Esto responde también al hecho de pensar en una sociedad civil con un Estado de Derecho que solamente se disfrutará en el cielo. Allí verdaderamente encontraremos el Derecho que nos satisfará sin envidiar el que disfrutan los demás.
Pero, saber que en la tierra nunca labraremos el derecho perfecto ni el Estado que lo propicie, no es razón para dejar de esforzarnos por lograr lo mejor posible en nuestro tiempo y en nuestras circunstancias.
Platón, desde su postura filosófica, intuyó la imposibilidad de alcanzar plenamente las metas previsibles para la acción cívica. Sin embargo, trata el asunto en su diálogo "La República" donde expone la justicia en la sociedad y el buen gobierno, para dar pautas a los políticos y para señalar principios necesarios a la política.
Este pensador tiene la convicción de que el papel de la política es buscar la verdad y hacer buenos a los seres humanos. Para lograr estas metas muestra un proyecto educativo que pueda acercar a los resultados específicos. Advierte la necesidad de una vida práctica donde haya disciplina férrea en la mente y forja del carácter, con la finalidad de alejar los caprichos y las fantasías.
La forja del Estado de Derecho
Las comunidades humanas siempre se han desarrollado bajo una autoridad, buscada por los mismos ciudadanos, que han previsto la importancia de alguien que vele por la armonía y justicia en las relaciones humanas y en el aprovechamiento de los recursos indispensables para el desenvolvimiento de los pueblos.
Como la vida humana es muy rica, hay diversos niveles de autoridad. Tomás de Aquino muestra el siguiente panorama: El ser humano es deudor de otros, en diversos grados, según la excelencia de las personas, o la importancia de los beneficios recibidos. Bajo uno y otro aspecto, Dios ocupa el primer lugar puesto que Él es a la vez el mejor de todos los seres y el primer principio al quien el ser humano le debe todo. Los principios secundarios de la vida humana son los padres y la patria. Por lo tanto a ellos, después de Dios, es a quienes la persona humana es principalmente deudora. (Compendio de la Suma Teológica, Segunda Parte, Segunda Sección).
En el ámbito de la patria, se entiende por Estado la comunidad políticamente organizada. A veces, con esa palabra, se hace énfasis en la unidad de convivencia y otras en el aparato institucional que actualiza y garantiza la unidad. Pero, a su vez, el Estado no debe desvincularse de la autoridad de Dios, para tener más facilidad al acceso a la verdad y al diseño de la persona buena.
El Estado de Derecho es aquel donde el poder está equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1904). En concreto, son indispensables ciertas estructuras preestablecidas donde el poder ejecutivo encuentre la delimitación de su actividad por otro poder, además éste último también estará bajo un tercer poder.
Como los anhelos de las personas para vivir en justa paz y armonía son semejantes en todos los tiempos, es pertinente revisar los planteamientos de la citada obra de "La República". Consta de diez partes. En la primera habla de la práctica de la verdad en el ser humano, quien necesariamente obra el bien y por eso, es sabio. Textualmente dice: "todo hombre que gobierna, considerado como tal, y cualquiera que sea la naturaleza de su autoridad, jamás se propone, en lo que ordena, su interés personal, sino el de sus súbditos".
Más adelante, en esta misma parte, añade: "Porque el mayor castigo para el hombre de bien, cuando rehusa gobernar a los demás, es el verse gobernado por otro menos digno; y este temor es el que obliga a los sabios a encargarse del gobierno, no por su interés ni por su gusto, sino por verse precisado a ello a falta de otros".
En la segunda parte relaciona el materialismo con el egoísmo absoluto y para salvarse propone la templanza y la justicia. En la tercera parte menciona virtudes propias de los héroes como la lealtad, la valentía, la docilidad a los jefes. Incluye la belleza en los aspectos de armonía y ritmo, propiciados por la música. Menciona la educación.
En la cuarta parte explica como la moralidad del Estado no es distinta de la de los ciudadanos, por eso, habla de las leyes. En el contenido central de la quinta parte se aborda el papel de las mujeres, y dice: "La naturaleza de la mujer es tan propia para la guarda de un estado como la del hombre, y no hay más diferencia que la del más o el menos. Estas son las mujeres que nuestros guerreros deben escoger por compañeras y son las que deben compartir el cuidado de vigilas el estado, porque son capaces de ello, y han recibido de la naturaleza las mismas disposiciones".
En la sexta, Platón da las bases para la filosofía del gobierno, como el amor ardiente por la ciencia, el odio a la mentira, la templanza, la compostura, la grandeza de ánimo. En la séptima parte se trata del conocimiento. En la octava, presenta los diferentes tipos de estados y también los distintos modos de gobierno. En la novena parte opone al hombre tiránico con el filósofo.
Para terminar, en la décima parte, insiste en los contenidos de la segunda y tercera partes. Busca defender la unidad en la pluralidad, insiste en la defensa y búsqueda de la verdad, en la capacidad del ser humano de forjar libremente su destino. El mensaje final dice: "convencidos de que nuestra alma es inmortal y capaz por su naturaleza de todos los bienes como de todos los males, marcharemos siempre por el camino que conduce a lo alto, y nos consagraremos con todas nuestras fuerzas a la práctica de la justicia y de la sabiduría".
Benedicto XVI en uno de sus discursos en el VII Encuentro Mundial de las Familias, en Milán, los primeros días de junio de 2012, dijo: "Los principios del buen gobierno legados por San Ambrosio… son principios aún preciosos para los dirigentes actuales. La primera cualidad de quien gobierna ha de ser la justicia, virtud pública por excelencia porque se refiere al bien de toda la comunidad. Ha de estar acompañada por el amor a la libertad, que distingue a los gobernantes buenos de los malos. La libertad es un derecho precioso que el poder civil debe garantizar". Y, queda claro que a través de los siglos se mantienen frescos los mismos nobles deseos de la construcción social.
Además, siempre, pero ahora más -cada país forma parte del todo gepolítico, del que ya no se puede desvincular-, gozamos de una interdependencia notoria entre las naciones, los Estados, aisladamente considerados, no gozan de un derecho absoluto e independiente sobre su propio destino. Esta postura equivaldría, en el caso de las personas, a un individualismo insolidario. Por lo tanto, es inaceptable que los Estados desconozcan este fenómeno y pretendan unilateralmente una configuración política parcial de la propia realidad. La práctica de la solidaridad, o, si se quiere, de la caridad social, exige a los pueblos la atención al bien común de la comunidad cultural y política de la que forman parte, sin descuidar los intereses propios. De allí la necesidad de un organismo internacional que vele por el bien común universal.
La aportación de cada uno al Estado de Derecho
La ciudadanía –cada persona, diversos grupos o asociaciones- ha de darse cuenta de la responsabilidad de ejercer su poder para equilibrar el del Estado. Cuando no se asume esta obligación hay una dejación grave que facilita la injusticia y el autoritarismo. Así, el pueblo también tiene su culpa si deja de vivir sus deberes.
Como ciudadanos, tenemos la obligación de practicar la justicia para forjar al Estado justo que deseamos, sin justicia personal no hay Estado justo.
El compromiso con la verdad nos interpela a distinguir la opinión como un punto de vista más o menos cercano a la verdad, pero no es la verdad. En las cuestiones de la vida cotidiana hay mucho de opinable, con un amplio margen de libertad para resolver los problemas de diversos modos, todos ellos legítimos. Este aspecto tiene que ver con el campo de la información -el poder blando-, que por serlo, es muy responsable de extremismos, separatismos, de manipulaciones de la opinión pública para sesgar la toma de decisiones. Este es otro campo donde el pueblo ha de ejercer su poder regulador.
Ampliar el horizonte y adoptar en primera persona el siguiente mensaje que Juan Pablo II dio en la ONU (n. 11). "es necesario aclarar la divergencia esencial entre una forma peligrosa de nacionalismo, que predica el desprecio por las otras naciones o culturas, y el patriotismo, que es, en cambio, el justo amor por el propio país de origen. Un verdadero patriotismo nunca trata de promover el bien de la propia nación en perjuicio de otras. En efecto, esto terminaría por acarrear daño también a la propia nación, produciendo efectos perniciosos tanto para el agresor como para la víctima. El nacionalismo, especialmente en sus expresiones más radicales, se opone por tanto al verdadero patriotismo, y hoy debemos empeñarnos en hacer que el nacionalismo exacerbado no continúe proponiendo con formas nuevas las aberraciones del totalitarismo". Este es un compromiso que demanda la globalización en la cual estamos insertos.
Tener presente que la forja de un Estado más justo aquí, ahora, prepara para el que vendrá, que no es de este mundo, por lo tanto, no podemos caer en el engaño de falsos mesianismos, de prometer el cielo en la tierra, ni de desanimarnos ante el hecho de no lograr aquí plenamente el ideal propuesto.
Bibliografía
1. Catecismo de la Iglesia Católica. Librería Juan Pablo II, Impreso en Colombia.
de Aquino, Tomás. Compendio de la Suma Teológica, Segunda Parte, Segunda Sección.
Platón. "La República o de la justo", en "Diálogos", 28ª edición, Editorial Porrúa, "Sepan cuántos…", Núm. 13B, México.
2. Juan Pablo II. Mensaje a la ONU, 5 de octubre de 1995.