sábado, 30 de octubre de 2010

El autoengaño

 

Por: Rocio Arocha

Octubre / 2010

 

 

Con los años, convivir con las personas que usan disfraces y no son capaces de presentarse cómo son, me parece más cansado.

 

Las reglas no escritas de la convivencia social hacen que siempre respondamos "muy bien" a la pregunta de "¿cómo estas?" y entiendo que cuando hay poco tiempo, cuando la persona que te hace la pregunta no está esperando una respuesta porque la verdad es que no le importa cómo estas o cuando no conviene por el motivo que sea, pues habrá que responder: "muy bien" aunque en realidad estemos regular, o mal, o muy mal.

 

El problema no es ante formulismos sociales necesarios para la convivencia, el problema es cuando a pesar de estarla pasando realmente mal, hacemos discursos sobre todo lo bien que estamos, contando la verdad a medias, alterando hechos, disfrazando a la realidad.

 

Y así escucho personas que tienen un mes de haberse separado de una pareja de 20 años decir que todo les va super bien y que no están tristes, personas que están muy alegres porque acaban de perder un trabajo de 15 años, personas que no se permiten expresar ni su tristeza, ni su vulnerabilidad, ni su dolor, ni su sentimiento de fracaso.

 

Es claro que cuando nos auto engañamos lo hacemos porque nos sentimos amenazados. Y tenemos tantos modos de engañarnos a nosotros mismos cómo personas existimos. ¿Fingimos ante los otros para engañarlos a ellos o a nosotros mismos?

 

Somos expertos en dar nombres incorrectos que minimicen la realidad: así, decimos que nuestra pareja es un bebedor social para no admitir que es alcohólico, o decimos que dejaremos de fumar el día que queremos cuando ese día no parece llegar a pesar de la tos perniciosa que nos acompaña hace años…

 

Admitir nuestra realidad, aceptarla tal cómo es, es el primer paso para mejorarla. Es indispensable nombrarla. De lo que no hablo es justo de lo que debiera hablar, ponerle nombre y con el nombre la forma, la dimensión, sus alcances. Creemos que sí no hablamos de un problema éste va a desaparecer. Y así no hablamos de una bolita que nos sentimos en el cuerpo, con suerte si no hablo de ella y si no voy a hacerme un estudio, con suerte desaparecerá.

 

Y pasa lo contrario: de lo que no hablo se hace más grande. Lo que lo convierte en un grave problema, en un pendiente mayor, es precisamente el silencio que lo rodea.

 

Disfrazar las situaciones, adornarlas, alterarlas con palabras es un modo de actuar que contribuye notablemente a la deshumanización.

 

Cuando estamos en una reunión social y todos expresan lo maravilloso que están y lo bien que les va, si a nosotros no nos sucede lo mismo, salimos de ahí sintiéndonos peor de lo que nos sentíamos antes de llegar.

 

Cuando estamos frente a una persona que miente no podemos sentirnos cerca de ella. El discurso del otro o me acerca a él o me aleja de él.

 

Cuando una persona me miente, finge y altera su realidad yo no puedo sentirme conectada a ella. Me siento lejos, muy lejos de ella. Y además, la posibilidad de sentir admiración por ella, disminuye. Y en ocasiones, hasta me puedo sentir ofendida, por suponer que no me considera digna de su honestidad.

 

Fingimos para engañar a otros. Y nos engañamos a nosotros mismos. Creemos que así nos querrán más y sucede justo lo contrario.

En algún nivel de la comunicación el otro siempre sabe que no estás siendo sincera. Y eso te separa del otro.

 

Sí deseamos que nuestra sociedad se humanice, si deseamos estar más cerca unos de otros, si queremos ser mejores: seamos más honestos, esto nos acercará a los otros y además, al hablar con la verdad aumentamos considerablemente la posibilidad de manejar nuestra realidad y encontrar alternativas para transformarla.

 

 



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