jueves, 4 de noviembre de 2010

Efectos de la adopción gay según el psicoanálisis. Parte I

 
Por:  José A. Pérez Stuart

Septiembre / 2010

 

 

Presentación

 

El psicoanálisis nació muerto como un "corpus" homogéneo, consistente, terminado. Desde sus inicios, conforme los inventos de Freud fueron divulgándose, de entre sus más allegados comenzaron a surgir aportaciones que aquél no soportó. Por ello expulsó de su círculo a quienes disentían, y conformó una logia que identificaba a sus miembros con un anillo simbolizado.

 

Era una especie de doctrina iniciática, que teniendo sus basamentos en determinados elementos fundamentales –como la sexualidad–, estaba dando pie a una teoría y a una técnica analítica que, no obstante los deseos y la oposición abierta y privada de Freud, estaban llamadas a ser multimodales, en buena medida por esos blancos, por esos vacíos, por esos espacios inacabados de carácter teórico que el mismo Freud dejó y, adicionalmente, nacieron imposibilitados de ser consolidados.

 

Si en vida de Freud se produjeron expulsiones, discordancias y hasta fuertes controversias, a su muerte sobrevinieron ricas aportaciones teóricas y clínicas que sepultaron cualquier intento de construir un psicoanálisis monolítico, uniforme.

 

Hoy, las corrientes abundan y no hay un psicoanálisis único. Una corriente pone énfasis en un aspecto. Otra en otro. Después de Freud destacaron Melanie Klein y Jacques Lacan, por ejemplo, pero en medio de ellos y posteriormente a los mismos, han surgido otras corrientes sumamente valiosas y tan controvertidas como las de aquéllos.

 

Así las cosas, hay un psicoanálisis freudiano, ortodoxo o clásico, poco practicado y defendido hoy en día, pero hay muchos otros psicoanálisis o corrientes psicoanalíticas mejor fundamentadas empíricamente, que han ido dejando de lado la mitología original y encontrado sostén en la clínica, en el espacio analítico.

 

El presente trabajo precisamente parte de lo sustentado por exponentes de una de las corrientes más taquilleras dentro del mundo psicoanalítico. Tomando como punto de referencia a Melanie Klein, quien en vida de Freud sostuvo una fortísima controversia con la hija de éste en torno al psicoanálisis para niños, surgieron otras profesionales de la especialidad, como Margaret Mahler o Joyce McDougall, que no se concretaron a repetir, sino que hicieron sus propios aportes.

 

El objetivo que persigue el presente texto es rescatar, dentro de todo el enjambre psicoanalítico freudiano y posfreudiano que envuelve  los constructos teóricos de esas dos psicoterapeutas –y con los cuales difícilmente podría estarse totalmente de acuerdo en virtud de su sustento mítico–, elementos que confirman la validez de instituciones naturales como la familia, y el papel que ésta juega en la identidad sexual de la persona. Pero más aún, el papel que juega dentro de la posmodernidad, la adopción de menores por parejas del mismo sexo.

 

 

Introducción

 

Una de mis experiencias más gratificadoras como criador de perros y presidente nacional del Club Canófilo Mexicano del Pastor Alemán fue el observar, cientos de veces, cómo parían las hembras.

 

Bajo las estrictas reglas de la canofilia, teníamos que supervisar cada cruza, con el propósito de evitar consanguinidades estrechas que pudieran afectar con deformaciones a la raza. Después, vigilar que la futura madre estuviera bien alimentada y en condiciones adecuadas, con un sitio apto para realizar con tranquilidad el trabajo de parto.

 

Llegado el feliz momento, la hembra dejaba de comer prácticamente un día y al siguiente empezaba a lamerse el vientre con mayor frecuencia, con el fin de estimular la salida de los cachorros.

 

Lo mismo había perras que parían a uno que a 10 ejemplares. Los pequeños iniciaban la salida y ella, con magistral destreza, comía la placenta, dejaba libre al cachorro y con la trompa empujaba, a su cuerpo, uno a uno de los que paría, para que empezaran a succionar la leche de sus tetas. 

 

En los días subsecuentes sólo se levantaba para comer, pero al escuchar que alguno de sus cachorros lloriqueaba, presta acudía para arrellanarse cuidadosamente, a efecto de no pisar o maltratar de alguno de sus críos, y darles nuevamente de comer.

 

Mientras succionaban, la madre lamía el vientre de cada uno de ellos, para estimularles la digestión y, para mantener limpio el lugar, comerse lo que los pequeñines defecaban. Cientos de veces, repito, observé esa escena. Esa admirable escena.

 

Los criadores profesionales recomendábamos siempre a los novatos que dejaran operar solas a las parturientas, pues si las personas se acercaban, por curiosidad o con la pretensión de "ayudarles", las perras se ponían extraordinariamente nerviosas, podían morder al intruso para defender a su camada, o en el peor de los casos, comerse a los recién nacidos, en un afán de "protegerlos" frente a un medio  que a la madre le parecía hostil, agresivo.

 

Durante el primer mes de vida, nadie podía tocar a los cachorros, pues si la madre los olfateaba luego de ser tentados por un humano, podía desplazar a uno o a varios con su trompa, desconociéndolos, y no darle o darles de comer.

 

Entre los perreros se decía que había que dejar a los cachorros ese primer mes a solas con la madre, pues era el único momento en su vida que serían "educados" por la ella, quien efectivamente a veces los empujaba cuando lloraban; los tomaba con el hocico por el cuello y los zarandeaba cuando mordían o molestaban a otros, o bien cuando uno, cuyo fuerte carácter ya se mostraba a todas luces, desplazaba a otros para comer.

 

De la misma manera les enseñaba a beber agua y comer sus primer alimentos elaborados por humanos, las famosas "papillas" dejadas en charolas.

 

Después del mes de vida o, cuando mucho, a los dos meses, el criador tenía que retirar a los cachorros de la madre, pues ésta era lastimada por los críos, que ya no sólo buscaban succionar leche, sino entretenerse mordiendo a la madre en sus tetas, haciéndola incluso sangrar.  La madre, entonces, les huía. Los dejaba a su libre arbitrio.

 

Ninguna de mis perras había leído, por supuesto, a la psicoanalista Melanie Klein, impulsora del reconocimiento de un vínculo o relación de objeto temprano del bebé con el pecho materno.


Ni mucho menos a Donald Winnicott, otro psicoanalista famoso, promotor de la idea de una madre suficientemente buena desde la más temprana infancia, capaz de generar un desarrollo equilibrado en el hijo mediante su atención presta para cubrir las necesidades primarias del infante.

 

Vamos, ni siquiera la mayor parte de la gente sabe de la existencia de esos dos destacados psicoanalistas. Pero de manera natural alcanza a comprender la importancia del vínculo; esto es, del importante papel jugado por la madre con el hijo recién nacido y que los psicoanalistas denominan la relación temprana de objeto.

 

Es decir, del papel primordial que cobra el pecho materno. Del sentirse acogido por la progenitora. De la trascendencia que tiene el que la madre acuda, presta, al reclamo del recién nacido para brindarle leche y asearlo. Pero también del saberse retirar a tiempo, de manera paulatina, para dejar que los hijos asuman su autonomía, inicien su propia vida.

Hoy ya no veo parir perras. Pero sí leo, escucho y trato de y con personas afectadas psíquicamente por una defectuosa relación temprana madre-hijo. Hombres y mujeres impactados desde el inicio de su experiencia postparto por madres suficientemente buenas, poseedoras de esos "pechos buenos" prestos a cubrir los requerimientos del recién nacido, pero también adolescentes y adultos frustrados por esos  "pechos malos" que los desatendían.


Sobre algunos de ellos escribo.

 

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario