jueves, 4 de noviembre de 2010

Efectos de la adopción gay según el psicoanálisis. Parte V

 
Por. José A. Pérez Stuart

Octubre / 2010

 

 

Llegó a tener tal peso la identidad como sentido de pertenencia, de arraigo, de seguridad, del saberse alguien, único, distinto, que el principal castigo que se imponía en la antigüedad a los enemigos, a los infractores graves, era precisamente el quitarles tal identidad, desprendiéndolos por decreto de la ciudadanía, que era la que precisamente les daba la ligazón, sentido de arraigo, de pertenencia, de seguridad.

                                                                                                                   
A los infractores, pues, se les arrojaba de la comunidad. Quedaban convertidos en parias. Y éstos, verdaderamente sufrían al haber perdido su ciudadanía, que era la que les daba sentido identidad frente a los demás.

 

En el ámbito jurídico, la situación encuentra correspondencia plena, pues conforme las familias y clanes tuvieron que organizarse y establecer normas que garantizaran el orden, los hombres admitieron el valor de la familia como condición fundamental de identidad, y la diferencia de sexos como un elemento promotor de ciertos derechos y obligaciones. Ambas cosas, pues, de la mano. Familia y sexo.

 

El ejemplo más  claro de lo anteriormente expuesto es el del Derecho Romano, base aún de la norma jurídica prevaleciente en infinidad de países. El punto central bajo el cual giraba la sociedad romana era la "domus".

 

Las "domus" eran propiamente las familias; una confederación de domus se denominaba "gens" y de la confederación de gente se conformó la Roma antigua. En la identificación personal-familiar jugaba un papel decisivo; en el entendido de que la ciudadanía romana, esto es, el ser romano, no se adquiría por haber nacido dentro de un determinado territorio, sino del "ius sanguinis" o sea de la sangre de los padres.Con el tiempo habrían de ampliarse las formas de adquirir la ciudadanía romana, dado que el extraordinario crecimiento de la República y el Imperio, obligaron a hacerla extensiva a muchos otros, que habitaban en sus dominios (Margadant S., Guillermo F., "Derecho Romano", Sexta reimpresión, Editorial Esfinge, México, 2007, p. 196).

 

Vistas así las cosas, se puede plenamente señalar que la identidad es un conjunto de elementos que determinan el ser de una persona. Qué soy. Quién soy. "Ser alguien singular, distinto de todos los demás, inconfundible" (Terrasa, Eduardo, El viaje hacia la propia identidad, 2005, Eunsa, España, p. 19).

 

Y todos esos elementos que la hacen única, terminan por ubicarla, quiéralo o no, en un contexto jurídico determinado, por estar inserta en una sociedad organizada dentro de un territorio perfectamente definido. Ahora bien, dentro de tales elementos no podemos olvidar aquellos que le dan personalidad  –ya no jurídica, como es en el caso de las leyes–;  esto es, una forma de ser, de comportarse, de relacionarse con los demás y consigo mismo.

 

Estos elementos son los de carácter vinculatorio supralegal, en los que la identidad se genera en un tiempo y espacio determinados, con un carácter personal y, por lo mismo, único e irrepetible; y donde la familia constituye el condicionante.

 

Porque es precisamente en el seno de la familia en la que nace, donde la persona obtiene los estímulos que le brindarán seguridad, le permitirán interpretar el significado de las cosas, descubrir el valor del otro y donde se formará su conciencia ética.

 

Es ahí, es en ella, es en la relación con quienes la integran –empezando por la madre, con quien se establece el primer vínculo postparto–, donde se da el sentido de la alteridad, del sí mismo temprano, de la identidad.

 

Esto es, el ser humano no nace ya "terminado", sino que requiere de una serie de cuidados, de atenciones, de datos, para conformarse. Por eso se alimenta, por eso duerme, por eso se mueve y desplaza, por eso conoce. De ahí que el hombre, por naturaleza, sea un ser cultural.

 

Porque su pleno desarrollo no está condicionado por meros factores biológicos –como los animales– o de mera relación con los demás –en función de su naturaleza social–, sino también culturales, porque está dotado de una inteligencia por enriquecer que le permitirá, junto a los otros,  no únicamente conocer sino incluso transformar su entorno, mejorarlo.

De ahí el papel vital de la familia. De la madre. Del padre. De los hermanos. Lo que también significa que una buena o mala relación inicial con ellos, puede impactar negativa o positivamente en el ser y quehacer de cada persona.

 

De ahí que desde una perspectiva psicoanalítica, Joyce McDougall recuerda a Freud, al decir que "es en nuestra primera infancia cuando se deciden los sentimientos de identidad personal y de orientación sexual, que en la pubertad los redescubrimos" (McDougall, Joyce, Op. Cit., p.13).

 

¿Cómo es que forman esos sentimientos de identidad y orientación sexual personales?

*La siguiente entrega continúa el próximo lunes.

 

 

 



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