domingo, 28 de noviembre de 2010

Efectos de la adopción gay, según el psicoanálisis. Parte IX

 

Por: José A. Pérez Stuart

Noviembre / 2010

 

 

III. Trascendencia de los dos padres en la identidad personal y la homosexualidad.

 

Parece quedar en claro, pues, que se nace siempre prematuro, esto es, que "el ser humano nace en total indigencia. Esta pobreza incluye también la identidad de género, lo que no sucede con los animales. Cuando el perro apenas es un cachorro ya funciona, perceptiva e instintivamente, como macho o hembra, según sea el caso, porque el instinto le marca y le hace funcionar.

 

 "A los dos años, un niño ignora si es varón o mujer. Esa identidad de género, indispensable para el ser humano, la aprenderá de quienes le rodeen en su infancia. Por eso el niño tiene el derecho —humano— a ser formado en una familia, y si no encuentra en quienes le han adoptado lo que por derecho le corresponde, no se cumple el primer principio de la justicia distributiva: dar a cada quien lo que le corresponde: el débitum, dicho con lenguaje jurídico" (Polaino, Aquilino).

 

Ciertamente lo ignora, pero como lo dice la doctora Obregón Madero, el niño ya ha introyectado inconscientemente una serie de actitudes y conductas que sabe que se esperan de él o de ella).

 

Como ha resaltado McDougall, papel destacado, insustituible, es el que juegan en el desarrollo del hijo los dos progenitores, que transmiten representaciones psíquicas inconscientes, dice, junto con el entorno.

 

Si partimos de esta aseveración, es evidente que llegamos a la conclusión de que cuando hay coherencia en la transmisión de representaciones del padre como auténtico varón y de la madre como auténtica mujer, se logra que el o los hijos desarrollen una plena identidad personal y una coherente identidad de género.

 

Es decir, una plena integridad como persona con su persona. El hijo, como persona que es, se siente, se sabe distinto, uno, único, irrepetible, sexuado. Hay una armónica unidad sustancial que le da confianza, seguridad, desde tierna edad.

Por el contrario, cuando no se produce una situación de esta envergadura, lo que se genera es una auténtica crisis ontológica de identidad, en la que se rechaza el propio ser, la identidad y el origen personal; y se llega a rechazar, por ejemplo, al padre, pero también a la madre.

 

Estas aseveraciones tienen plena concordancia con lo que McDougall admite, luego de su amplísima experiencia clínica y los viajes terapéuticos, como les llama, que ha tenido con sus decenas de pacientes:

 

Si el niño tiene desde su primera infancia progenitores que se aman, se desean y se respetan recíprocamente, y cuyas eventuales disensiones no son duraderas (lo que quiere decir que aprenden que la agresión no es peligrosa cuando el amor es más fuerte que el odio), él se inclinará a seguir el modelo parental en su vida adulta. La niña tratará de identificarse con la madre, no sólo en su maternidad sino también en sus relaciones amorosas y sexuales, y soñará con un hombre (a menudo la imagen del padre) que será algún día su amante, su marido y el padre de sus hijos (McDougall, Op. Cit. P. 37).

 

El papel de los dos padres es, queda en claro, fundamental. McDougall, bajo su particular perspectiva psicoanalítica, lo hace notar. Es así que en la conformación de la propia identidad, no todo está determinado por las atenciones prontas y cariñosas de una madre suficientemente buena, ni por un pecho exuberante, que genera sentido de plenitud en el bebé que de él succiona, sino por la acción conjunta de los progenitores. De ambos. McDougall se explaya así:

 

Además, la niña tiene necesidad de oír de la boca del padre que él valoriza su feminidad y que la madre es el objeto de su amor. Al mismo tiempo, la madre tiene que decirle que estima y respeta a su padre, y que también valoriza la feminidad de su hija, así como se estima a sí misma como mujer en su vida social y sexual.

En cambio, una niña que oye decir que todos los hombres son cerdos egoístas que se aprovechan de las mujeres, que las seducen con el fin de dominarlas mejor, tendrá seguramente dificultades para amar a los hombres y también para separarse de la madre.

 

Y si su padre "le enseña" que las mujeres son débiles, menos inteligentes y menos estimables que los varones, existen todas las probabilidades de que la niña tenga una imagen narcisista dañada de sí misma y de su sexo, y de que los hombres le susciten miedo, desconfianza, odio e incluso envidia destructiva (Idem p. 38).

 

 

 

 

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