jueves, 4 de noviembre de 2010

Efectos de la adopción gay según el psicoanálisis. Parte II

 

Por: José A. Pérez Stuart

Octubre / 2010

 

 

Desde hace algunos años, autoridades sanitarias de decenas de países han lanzado campañas tendientes a fomentar el amamantamiento materno del recién nacido.

 

En efecto, frente a la proliferación de cierto tipo de enfermedades en los niños; el uso indiscriminado de los sustitutos de leche materna y la moda o comodidad en muchas mujeres por evitar el amamantamiento de sus recién nacidos, las campañas oficiales han destacado los beneficios que genera para el pequeño el ser alimentado directamente por el pecho de su progenitora.

 

Las más recientes investigaciones –realizadas por un equipo del Departamento de Nutrición, Bromatología y Tecnología de los Alimentos de la Universidad Complutense de Madrid, en colaboración con investigadores de la Universidad de Wageningen, en Holanda, y cuyos resultados fueron dados a conocer en septiembre de 2009–, revelan que es el alimento completo para el lactante, no sólo desde el punto de vista nutritivo, sino también inmunológico y microbiológico.

 

Se calcula que un bebé que ingiera unos 800 mililitros de leche al día recibe, al menos, entre uno y 10 millones de bacterias de diversas especies y géneros. La leche de cada mujer tiene una composición bacteriana única que transfiere al bebé cuando le amamanta.

 

De esta forma, la microbiota materna pasa a colonizar el intestino infantil, impide el asentamiento de bacterias patógenas y contribuye a la correcta maduración de su sistema inmunitario ("Consumer eroski", 21 de septiembre de 2009).

 

Por supuesto, dichos descubrimientos parecen no tener el mismo impacto mediático que las publicitarias de los poderosos conglomerados mundiales dedicados a la fabricación de alimentos enlatados para bebés, por lo que, en el caso de países periféricos o en vías de desarrollo, en las clínicas y hospitales públicos, todo parece quedar reducido a la repartición de modestos dípticos y trípticos recomendando el amamantamiento, así como a la realización de conferencias informativas, en las cuales se destaca la importancia de la lactancia materna.

 

Por el contrario, en muchos hospitales suelen estar representantes de los poderosos conglomerados fabricantes de sustitutos de leche materna, que avisados del nacimiento de un niño, envían de inmediato al cuarto de la recién madre un "presente" con productos diversos en los que, por supuesto, se da cuenta de las ventajas de emplearlos.

 

Ciertamente hay casos en que la madre –por diversas razones–, no produce leche en suficiencia para alimentar a su recién nacido y tiene que acudir a las mezclas de leches en polvo, para satisfacerlo de esa manera. Pero es evidente que los sustitutos no producen los mismos efectos nutricionales en el niño que los obtenidos directamente del pecho de la progenitora.

 

Por si lo anterior no bastara, la cercanía del recién nacido con el pecho de su madre, con el cuerpo de ella, parece tener un alto valor en la temprana construcción de vínculos, indispensables para la edificación de personalidades seguras, estables, definidas.

 

Prueba de ello es que "en experimentos realizados con monos huérfanos de madre, se les asignaron "madres sustitutas" hechas con alambre unas, y otras de tela. Ambas tenían una mamadera incorporada, por lo que eran fisiológicamente equivalentes.

 

Los informes obtenidos respecto al comportamiento de los "hijos" monos, revela que los monos bebés pasaban más tiempo subiéndose y acurrucándose a sus madres cubiertas de tela, que a su madre de alambre.

Esto parece indicar que el contacto corporal y el bienestar inmediato, es mucho más importante que la alimentación, para unir al recién nacido a su madre. En los humanos, el contacto físico inmediatamente después del nacimiento, suele influir en esta relación en forma sustancial" (Prado Siriany, Arturo, "Progenitores de Metal", Misión Familia, 2007).

 

Es así que tanto el pecho, como su contenido y el vínculo temprano con la progenitora, juegan un papel psíquicamente significativo en el infante.

 

En efecto, más allá del bienestar nutricio que indiscutiblemente produce, el temprano contacto físico del hijo con la madre se constituye en un auténtico vínculo que, precisamente por serlo, rebasa lo alimentario, lo meramente utilitario, lo servicial, y se entroniza como una totalidad para el recién nacido. De ahí que cualquier desarmonización en ese temprano, vital, insustituible vínculo, pueda tener consecuencias desafortunadas para el pequeño.

 

En este contexto no nos referimos a efectos indeseados en el ámbito nutricional, pues es sabido que cientos o miles de personas alimentadas –por las más diversas razones–, con sustitutos de leche materna, desarrollan a tiempo sus actividades sin presentar alteración orgánica alguna.

 

Las consecuencias desafortunadas que ocupan y preocupan en este trabajo, son las que se expresan mediante daños de carácter psíquico, esto es, en la conformación de la personalidad del nuevo ser, dados los sentimientos de protección, de seguridad y de satisfacción, de plenitud, que están en juego durante el proceso de vinculación que todo niño lleva a cabo con ese "seno-universo" del que parece recibir todo.

 

Se ha teorizado en torno a este fenómeno y algunos, como es el caso de la médico-pediatra austriaca Margaret Mahler, han visto en él un proceso simbiótico que inicialmente no permitiría al niño establecer una diferencia entre él y su madre; es decir, el pecho sería una especie de extensión de él, a su disposición absoluta y plena al momento de requerirlo.

 

Según esta autora, hasta aproximadamente los cinco meses de edad, el niño tendría la sensación de estar experimentando todavía la vida intrauterina. Sin embargo, a partir de ese periodo, comenzaría a advertir la alteridad; es decir, la existencia de otros a través de sus propios límites físicos y lo de todo lo que le rodea. Es así que ya estira sus brazos y piernas y alcanza a tocar algo distinto, algo que le es ajeno.

 

Ahora bien, lo cierto es que más allá de las teorizaciones psicoanalíticas que ponen énfasis en el papel del pecho materno, las más recientes investigaciones biomédicas han permitido corroborar la existencia de un proceso simbiótico madre-hijo, pero que no comienza a partir del nacimiento, sino que se desarrolla desde el momento mismo de la concepción.

 

De tal manera que "desde los primeros instantes de la fecundación en donde queda constituido el cuerpo de un nuevo, único e irrepetible ser humano viviente en acto, empieza a establecerse un verdadero "dialogo" molecular y celular entre la madre y el hijo

 

 



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