lunes, 29 de noviembre de 2010

Efectos de la adopción gay según pscoanálisis, Parte X

 

Por: José A. Pérez Stuart

 Noviembre / 2010

 

 

 

El papel del varón en la familia actual y "el padre muerto"

 

A la luz, pues, de todo lo aquí expuesto, es evidente que el papel que juegan ambos padres en el proceso de identificación personal de los hijos es determinante en los efectos negativos que presenta la auténtica crisis del varón que hoy día se vive y está constituida, entre otros, por:

1.    El incremento de los divorcios.

2.    Las familias de carácter monoparental, ante la proliferación de hijos nacidos fuera del matrimonio.

3.    La llamada procreación asistida.

4.    La equiparación legalización de uniones entre homosexuales con el matrimonio.

5.    La proliferación de programas estatales de apoyo a las madres solteras.

En efecto, a la luz de estas cinco consideraciones, pareciera como si el varón ya no fuera necesario para la sociedad. La multiplicación de uniones lésbicas lo anulan como compañero, como esposo, como coengendrador; la procreación asistida, por ejemplo, evita todo contacto, todo vínculo con él; los divorcios operan como verdaderos duelos, pérdidas definitivas del hombre en el hogar, al igual que en el caso de la paternidad extrafamiliar.

Ahora bien,  esta crisis del varón promueve otra, más profunda aún, que es la crisis de la paternidad. Esta última adquiere mayores proporciones, por sus efectos negativos en los campos sociológico, jurídico, moral, ontológico, educativo y, por supuesto, psíquico.

 

En efecto, la diferenciación artificial que paulatinamente está tomando cartas de naturalización en la sociedad, entre procreación y paternidad, y que está mandando el mensaje a las nuevas generaciones en el sentido de que el padre ya no es necesario, de que el varón ya no es necesario, conduce a una pérdida definitiva de la figura paterna, por no decir que del varón en sí mismo.

 

Sin embargo, lo más profundo de todo ello es que se trata de una pérdida no solamente física, sino ontológica. Simple y llanamente –en un país como México, donde de acuerdo a las últimas cifras proporcionadas por el Censo general de Población, más del 50 por ciento de los hijos nacen fuera del matrimonio, de madres solteras–, el padre, el varón, tiene lista de ausente. No está. Falta.

 

La familia presenta, vive ese vacío, ese hueco, esa ausencia. Es así que, parafraseando a Winnicott (Winnicott, Donald, Realidad y Juego, 2007,

Gedisa, España, p. 40), diríamos que el niño nace con la imagen del padre muerto.

 

Esta ausencia tiene un enorme impacto pedagógico, pero igualmente un enorme costo psíquico en la adolescencia y la adultez de los hijos, que suelen presentar síntomas de angustia, sentimientos de soledad, de abandono, dado que para ellos lo constante, lo presente es, precisamente, lo ausente.

 

En otras palabras, lo que siempre les acompaña es el sentido de la falta, es decir, de que les falta algo, de que les falta alguien. Y si está ausente el padre, falta la necesaria identificación del hijo con él. Pero falta también la imagen esponsal y varonil que proyecta hacia la hija y que ésta requiere como modelo de lo que es el hombre, el padre, el esposo.

 

En un ambiente familiar de esta naturaleza, ¿puede resultar por lo tanto extraordinario la feminización de los jóvenes, por ejemplo? El crecimiento del homosexualismo entre los varones, ¿no resulta por lo tanto comprensible? ¿No es más el homosexualismo producto de una falta, de una carencia, que de una "elección"? ¿No es esta renuncia ontológica al ser propio más una patología que una "elección", que una "preferencia"?

 

Todo lo anotado, por tanto, parece conducir a la formulación de que la crisis de identidad sexual es consecuencia, producto, de una crisis ontológica de la identidad. Producto del rechazo al origen, a la raíz, a la paternidad mutua.

Y es lógico que como consecuencia de la pérdida del origen, se desfigure la identidad sexual, prolifere el homosexualismo y el individuo se desconozca y hasta se rechace como lo que es. Que renuncie a su identidad. La razón de fondo es que queda interna, psíquicamente fragmentada la unidad sustancial de la persona por la falta de patrones, de modelos, de vivencias.

McDougall cita a Secarelli, quien ha señalado que "el padre suele desempeñar un papel predominante en la infancia de las niñas que más tarde tratan de cambiar de sexo" (McDougall, op. Cit., p. 72), lo que confirma que no sólo requiere de la figura materna, sino igualmente la paterna, y que ambas juegan un papel que puede ser positivo o bien negativo, dependiendo de la conducta que asuman.

 

Más adelante, luego de exponer diversos casos, McDougall expone sus observaciones en torno a las raíces infantiles de la identidad sexual:

 

Hay una transmisión precoz de la madre a su bebé niña que provee los elementos básicos de la representación que la criatura se construirá de las relaciones sexuales y amorosas futuras; se transmite también la investidura libidinal del padre, de su esposa y del niño de ambos (34).

 

Tal y como se ha  advertido a lo largo de este breve repaso, los elementos familia e identidad, van de la mano. Son indisolubles. Cuando se produce el rompimiento entre ellos, el hijo, infante o adolescente, se desajusta.

 

Un impacto importante de tal desequilibrio es en el ámbito de la sexualidad, donde entra en crisis por la ausencia de referentes o bien, como lo hacía ver McDougall, por las malas referencias que del otro proporcionan, ya sea el padre o la madre.

 

 



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