sábado, 20 de marzo de 2010

Sentido y riesgo de las alianzas políticas

        

Por: José de Jesús Castellanos

Febrero / 2010
 

La posibilidad de integrar alianzas o coaliciones políticas entre partidos de similar o distinto signo político, es un hecho que se ha dado a través de la historia. Sin embargo, es importante recordar para qué sirven y cuáles son los efectos de las mismas.

En el caso de los gobiernos parlamentarios, las coaliciones suelen ser una constante que permite crear gobierno y suelen alcanzarse mediante negociaciones en las cuales se unen un proyecto político y cargos en la administración. En estos casos, la garantía de cumplimiento de los objetivos planteados es que en caso de no avanzar en esa dirección, en cualquier momento se puede romper la alianza y generar una crisis de gobierno que lo haga caer.

En los sistemas presidencialistas con periodos fijos de gobierno, las alianzas son más frágiles y riesgosas, aun cuando los partidos que la conforman sean afines. Un ejemplo de ello es la Alianza Popular de Chile que llevó al poder a Salvador Allende y que fracasó por la radicalidad de algunos de sus integrantes.

En cambio, un ejemplo de alianza efectiva en partidos aun de diferentes ideologías y vinculados en torno a un objetivo común, es el de la Concertación en el mismo Chile, que sacó a Pinochet del poder y gobernó durante 30 años.

Las alianzas se vuelven necesarias cuando existe la certeza de que una sola fuerza política, por importante que sea, no es capaz de acceder al poder por sí misma y ve la posibilidad de lograrlo con la aportación significativa de otra fuerza política que acerca dicha posibilidad. La esperanza más o menos fundada en el acceso al poder justifica la unión de fuerzas.

Sin embargo, la posibilidad de acceso al poder no puede ser el único elemento que justifique la alianza. Por obvias razones, tal acción para ser consistente requiere algo más que un objetivo coyuntural y momentáneo, como es el proceso electoral.

Una alianza política requiere un programa común de gobierno, creíble por el electorado, aceptable para los partidos que la integran y con un claro beneficio social. En segundo lugar, la alianza exige que se comparta la responsabilidad gubernamental en la cual las distintas fuerzas políticas contribuyan a objetivos administrativos y políticos que vayan más allá de la coyuntura, sino de bien común.

Para complementar esta fórmula, el candidato que encabece la alianza debe corresponder a este propósito. Su trayectoria, congruencia y autoridad moral son más importantes que su popularidad.

Si bien es cierto que es necesario tener candidatos que tengan penetración social, su persona no debe prevalecer por encima de la alianza de los partidos ni de los mismos, pues el caudillismo o personalismo termina por convertirlos en rehenes del candidato. En esta relación habría que distinguir qué es más importante: el candidato o el proyecto político.

En el caso de México, es importante recordar que estamos inmersos en una transición de un sistema autoritario a uno nuevo que pretende ser democrático. Por tanto, se requieren alianzas que aseguren e impulsen la transición, con sus componentes de promoción del bien común, que se traduzcan en beneficios concretos para la población y, al mismo tiempo, desmantelen los elementos del antiguo sistema.

La transición se encuentra en grave riesgo por los diferentes avances que ha tenido a nivel nacional y local. Las alianzas políticas deben contribuir significativa y simultáneamente a la consolidación de la transición. Ése debería ser el eje sobre el cual se funden las alianzas planteadas en la actual coyuntura y van más allá de un triunfo electoral.

La pérdida de este objetivo de fondo es lo que genera la percepción de que los partidos buscan el poder por el poder mismo, con un sentido patrimonialista de los cargos en beneficio propio, como fue la característica del sistema durante 70 años, y ha generado en muchos desaliento y decepción en torno a lo que se puede esperar de la democracia.

Poco aporta a la transición que los partidos pidan prestados al viejo sistema a algunos de los personajes que aparentemente les garantizan triunfos, pero que de alcanzarlos repetirán, bajo el cobijo de otros partidos, los usos y costumbres del viejo sistema.

El necesario pragmatismo que implican las alianzas no pueden llegar a extremos en los cuales lo que importa es el triunfo de unas siglas, con aparente derrota del rival común, cuando en la práctica se entrega a un hombre y su grupo, vinculados a la "familia revolucionaria", el poder.

En estos casos el supuesto triunfo del momento nada aporta a los partidos que lo postulan, a la transición y al bien común. Se trataría de triunfos pírricos que, a la postre, harán que retorne al poder el partido que se busca desplazar, pues su sistema permanecerá intacto.

 

 

 

«El hombre sin honra peor es que un muerto»

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